que los mayores aplausos bastasen a librarle de alguna censura eclesiástica y menos
de aquella con que la razón y la humanidad se reunieron para condenarle. Pero el
clamor de sus censores, lejos de templar, irritó la afición de sus apasionados y parecía empeñarles más y más en sostenerle cuando el celo ilustrado del piadoso Carlos III le proscribió generalmente, con tanto consuelo de los buenos espíritus como sentimiento de los que juzgan de las cosas por meras apariencias.
Es por cierto muy digno de admiración que este punto se haya presentado a la
discusión como un problema difícil de resolver. La lucha de toros no ha sido jamás una diversión ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni
generalmente buscada y aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás, en
otras se circunscribió a las capitales y donde quiera que fueron celebradas, lo fue
solamente a largos períodos y concurriendo a verla el pueblo de las capitales y de tal
cual aldea circunvecina. Se puede, por tanto, calcular que de todo el pueblo de
España apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo,
pues, se ha pretendido darle el título de diversión nacional?
M. G. de Jovellanos - Memoria para el arreglo de la policía de espectáculos