En las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, el Neo-realismo existencialista se propaga, bajo la creencia de que el hombre existe en la historia (en un tiempo y en un lugar). Sartre es el nombre principal de la teoría marxista de la literatura. Sartre parte de la idea de lo que se nombra, se revela. El nombre detecta o desvela las cosas, en ningún caso las produce. En el caso de la obra literaria, esta no existe sin lector. El escritor debe, según Sartre, dirigirse a su hermano (contemporáneo) de raza y de clase, invitándole a colaborar en la transformación del mundo hacia un ideal comunista sin clases. La literatura, cual panfleto, tiene función política y social, revelando una situación injusta. Solo mediante la prosa, porque Sartre tiene la peregrina idea de que la poesía no apunta a la realidad. El criterio para valorar una obra es su eficacia política y social (revolucionaria). Esto sigue la idea de Sócrates: belleza es utilidad. Una casa es bella porque es cómoda. Si solo es placentera, la poesía es inútil, y no es bella. Posteriormente, más existencialista, Sartre defendería que las obras han de buscar el sentido de la vida.
Platón, sobre literatura comprometida: "Conviene saber que, en materia de poesía, solo se deben admitir en la ciudad himnos a los dioses y encomios a los varones honestos, pues, si se recibiere a la musa graciosa, tanto a la lírica como a la épica, gobernarán en nuestra ciudad el placer y el dolor, en vez de la ley y del principio que el Estado reconoce siempre como el mejor”.
Esta idea la recogerá la URSS con su literatura dirigida por el Estado y sometida a censura, de forma que no cante contra él. “La literatura debe transformarse en una parcela de la causa general del proletariado”, sostiene Lenin. Aguiar e Silva afirma que “la censura de la URSS no tiene paralelo en la historia”. El formalismo ruso, de hecho, sería muy criticado por los soviéticos. El credo estético de la URSS queda recogido en el llamado Realismo socialista (Gorki), que combina el verismo con la causa revolucionaria, donde el único héroe romántico es el nuevo hombre soviético. En realidad, la literatura al servicio del Estado acaba convertida en mecanismo de propaganda. Al estar dirigida por el Estado, mutila la experiencia personal del autor, que debe someterse a demasiadas normas (Lukáks). Esa experiencia personal, según Lúkaks, es elemento fundamental de la literatura.