Segunda mitad del XIX: se
escriben grandes historias nacionales de la literatura, con criterios
históricos y lingüísticos, atendiendo a corrientes literarias y a la evolución
de las mismas. Suelen ser sistemas puramente clasificatorios. Es la época del nacimiento
del Simbolismo.
Vitalismo (Nietzsche y,
antes, Schopenhauer): la filosofía vitalista considera la vida como lo más
importante. No hay categoría externa a la que la vida pueda reducirse. La vida
tiene valor en sí misma. Subraya la fuerza de los instintos, de lo irracional y
de la lucha por la subsistencia. Es doctrina contraria al racionalismo.
Intuicionismo (A.
Bergson, B. Croce): rechaza el conocimiento del mundo mediante los sentidos o
la razón. La intuición (una especie de estado de inspiración) es el único medio
de conocimiento.
Con estas dos doctrinas
filosóficas, conceptos como “instinto” o “inconsciente creador” empiezan a ser
relevantes para explicar la literatura. El historicismo de la segunda mitad del
XIX es fuertemente cuestionado.
En Rusia, A. Veselovskij
empieza a rastrear “estructuras objetivas” en los textos, ajenas a
determinismos psíquicos y biográficos de sus autores. Tanto él como A. Potebnja
ponen el acento en el contenido. Frente a su concepción aparece el llamado
formalismo ruso, que pone el acento en la los elementos formales del texto
literario.
En 1914 se funda el
Círculo Lingüístico de Moscú (Jakobson, Bogatirev), en contacto con cubistas y
futuristas (Mayakovski). Los teóricos de la vanguardia rusa, con el contexto
revolucionario, añadieron a lo formal la preocupación por el sentido y el
contexto histórico.
La palabra (su naturaleza
fonética) se basta, de acuerdo con los formalistas, para nombrar los seres y
designar las cosas. De aquí irá esbozando Jakobson su idea de la función
estética como función del lenguaje predominante en los textos literarios. Ese
formalismo encontró la oposición de los dirigentes soviéticos, partidarios de
una literatura de compromiso social centrada en el mensaje.
Métodos y objetivos del
formalismo
Se rechaza la concepción
romántica y simbolista, que se centraba en la inspiración. El formalismo ruso
se centra en la técnica. Los formalistas pretendían fijar unos principios
concretos en función de unos materiales analizados.
El campo de investigación
principal es la literariedad; esto es, las características del lenguaje
literario como desvío de la norma lingüística común, regida por el automatismo.
La literariedad busca la desautomatización.
La poesía fue piedra de
toque, por sus especiales rasgos fonéticos y sintácticos que la alejaban del
lenguaje cotidiano. “La poesía es el lenguaje en su función estética”
(Jakobson). La poesía, en cada época, privilegia unos recursos (paralelismos,
metáforas, sinonimias, etc.) que serán percibidos como formas simples en épocas
posteriores.
Sklovskij, en El arte
como artificio (1916), introduce la noción de extrañamiento. El ser humano
tiende a organizar su realidad mediante el lenguaje y a automatizarla. El arte
introduce en ese proceso de automatización una serie de rupturas y
deformaciones que provocan que el lector vea el objeto de una manera nueva,
después de sentir extrañamiento y sorpresa por la nueva perspectiva abierta por
el arte. “La finalidad del arte es dar una sensación del objeto como visión y
no como reconocimiento”. Esto implica oscurecer la forma y aumentar la
dificultad. La visión artística constituye una manera peculiar de experimentar
las propiedades artísticas de un objeto que por sí mismo carece de importancia.
Frente a esta concepción
se sitúa la simbolista, que veía en la poesía lo desconocido, el mundo interior
del poeta.
El formalismo estudia las
estructuras narrativas, sobre las que se sostiene la fábula y la narración. La
trama surge de una combinación de una serie de motivos (Eichembaum). Motivo es
la unidad mínima en que puede dividirse la trama. Tomachevskij distingue entre
motivos determinados (fundamentales para la trama) y motivos libres (acciones
secundarias).
Vladímir Propp escribe en
1928 su Morfología del cuento, un modelo de análisis del relato. Los elementos
constantes de los relatos conforman lo que Propp denomina funciones. Así, que
haya un héroe es una constante, mientras que el nombre del héroe es variable.
“Por función entenderemos la acción de un personaje definida desde el punto de
vista de su significación en el desarrollo de la intriga”. Estas funciones
permiten comprender cómo se crea un cuento, cómo se organiza y cómo se
relaciona con otros núcleos narrativos de factura similar. Propp singulariza 31
funciones para las líneas de la intriga del cuento fantástico, encarnadas por 7
clases de personajes.
Sobre los géneros
literarios, Tomachevskij estudia los rasgos dominantes de cada uno, teniendo en
cuenta que la noción de género debe aplicarse en el contexto de cada épcoa, ya
que es cambiante. La importancia histórica de una obra puede delimitarse por la
huella que ha dejado en su género a lo largo del tiempo, sea por imitación de
sus aportaciones o por rechazo.